Cebras plateadas con cadenas de oruga
las metrópolis tocan a la puerta por la mañana
y a cambio del pago
de
esto o aquello
nos ofrecen productos
que ellas consideran aceptables
las metrópolis vibraban solas
y finalmente también bajo
nubes con forma de oveja
y nubes con forma de escarabajo hembra
con un regusto a motores
para mi gusto casual
las metrópolis nos
escribieron
por años
las últimas postales todavía escritas
a mano |
desde continentes inalcanzables con la mano |
ciudades
como Monosibirsk
las metrópolis suplicaban
con los ojos extraviados en el piso,
frente a supermercados por un par de consonantes
y sonidos de baldosa
las metrópolis equivalían a vértigo
cuando se les daba de beber leche a las vacas
únicamente vacas |
única leche
las metrópolis se volvían meditabundas
cuando las campanas se soltaban
más allá de sí mismas
crecían
proliferaban
las metrópolis se reían
como sexagenarios
entre septagenarios
en la plaza mayor de Santa Midtown de La Paix
en lo poco de luz vespertina de color pastís |
que podía trascender los dichos
de las metrópolis
las metrópolis necesitaban bálsamo de tigre
para las estufas de carbón endurecidas
bálsamo de dragón para sus pies de jesús de cuarenta y tantos
las vespas de las metrópolis eran
cebras plateadas
en cadenas de oruga |
llegaban a los doce decibeles
cuando la metrópolis así lo deseaban
el récord en salto en largo de las metrópolis
nunca fue reconocido |
porque las metrópolis
no querían creer en sí mismas
las metrópolis estaban ebrias
cuando nosotros estábamos ebrios |
tenían rizos, cuando en la calle
nosotros nos encontrábamos con judíos ortodoxos |
nos donaban montañas de icebergs |
llevaban camisetas de Mahatma Luther
y de nuevo no nos daban en el blanco
las metrópolis duraban 1001 noches
y de nuevo 1001 noches
y otra vez |
a veces con una pausa de ocho minutos
en el medio
las metrópolis parecían ser:
la velocidad de la luz
viajando en una locomotora de vapor |
o el agua |
que se quema y se vuelve neuronas de nieve
las metrópolis
en algunos cargos, se las vio llorar
o, llorosas, no llorar
en este punto
los informes difieren
entre sí
eran nuestras metrópolis
y
no eran nunca nuestras metrópolis
porque:
sus brillantes ojos de abuela |
su deslucida brea de arcángel |
los frutos de nácar que
con desorbitada honestidad
arrojaban a nuestros pies |
la realidad Magritte
la pompa
directamente himaláyica
e indirectamente sahárica
las metrópolis de carrera y las metrópolis honorarias
que siempre estaban allí
cuando las no metrópolis buscaban ayuda
en cestos de papel
autor: Ron Winkler
traducción del alemán: Cecilia Pavón
domingo, 1 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
es un poco bodrio me parece.
Ich habe diesem Dichtung gern gelesen
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