A veces tenés la vida
A veces tenés la vida
y a veces tenés
reflector, escenario
oscuro y ¿dónde estoy? ¿quién
sos? Preguntas necias
para un lector de texto con
abscesos de revelación: huecos
para ojos y oídos más oscuros
que lo indiscreto.
Sacar las conclusiones incorrectas:
apariencia, brillo, nervios
agitados. uñas a lo largo de
la pizarra ronca y sanguijuelas
prematuras como hechizos sobre piel virgen.
Me desparramé entre estas
ideas, un cajón lleno de llamas:
estas páginas, carbonizándose.
¿Qué palabra aparecerá en la pantalla interna? ¿Dónde está Adán, “sal de la tierra”, con sus talones encallecidos y su ancha mujer? ¿y sus melones pudriéndose, y sus moscas insistentes, y su feo padre gritándole desde la seguridad de una nube?
Antes de que yo atraviese este portal
antes de que cruce este vidrio
el que da debe recibir
el que toma debe decir a quién
escondió
debe exacerbar el problema
debe simular
antes de cruzar
pensar
y del otro lado
qué aprenderé qué
veré qué verde
valle qué cosa dichosa
qué corderos correteando
en campos de Pascua
ojos de fuego
lana negra
al ritmo de un mundo indignado
al ritmo de un mundo desagradecido
al ritmo de un satélite engañado
girando. Algo por lo que te tapás los oídos, para no escuchar. Algo por lo que te vendás los ojos, para no ver. Y la pregunta es que no hay pregunta. Todo es una respuesta. Todo tiene un sonido. Pero no lo podés escuchar. ¿Por qué no? No sé. La computadora sabe. La computadora es el sujeto. La computadora tiene dedos con los que tipea estas palabras. Sólo tipea palabras sobre sí misma. Sólo se conoce a sí misma. La computadora. ¿Ves? Esa es la frase ideal. Su nombre, precedido por un artículo. Un artículo determinado. ¿Quién soy? ¿Soy la computadora? Es posible. Todo es posible. Nada es imposible. Sos o no sos. Y de ahí partís.
Pero si la música es lo que termina conmigo,
y lo es, porque quiero bailar un
paso doble con un cepillo sobre
el piso de madera, cantar en las
luces del salón, sin que me alteren
las noticias, y las noticias acuden,
las noticias abren cámaras en el espíritu
a lo largo de Boston, las noticias creen,
los lentes se empañan y la veracidad
permanece en sus barcos:
Olvidá que las noticias fueron
mis suelas se gastaron hasta el suelo.
El mundo es lo que es
caminé descalzo con Inés.
Ella también ignoraba el mundo
pero los dos veíamos lo profundo.
Me dio un beso interior
y la serpiente silbó.
El ojo de la serpiente era gris
Inés estornudó: ¡achís!
Hablé con bondad de mi maestro
los otros maestros no lo soportaban,
pero este maestro me enseñó todo lo que supe
me dio un cuaderno de espiral.
Este maestro me enseñó latín,
me enseñó griego, me enseñó a
mirar urnas. Me boxeó. No le
daba miedo pegarme en el brazo. Yo
lo amaba. A mi madre esto
le daba miedo.
Nos llevó al Museo Metropolintano.
Miramos las urnas. Hablamos sobre
los griegos. Leí sobre los
griegos. Me drogué. Dejé de
hablarle. Fumé porro en una plaza
con una pipa en forma de calavera
y dejé
de estudiar latín,
Dejé de estudiar griego.
A veces tenés la vida, a veces tenés
esa otra cosa, ese encantador y horrible
fardo de heno insaciable. A veces tenés
otra cosa y a veces tenés la vida.
A veces tenés la vida.
A veces tenés la vida, a veces tenés
ese otro bebé, el de pelo
irregular, el que tiene esquíes en vez de pies, con
bolitas en lugar de ojos. A veces tenés algo más antiguo
que la vida.
Y a veces tenés la vida.
A veces tenés la vida, a veces tenés
dos vidas, a veces volvés a vivir la vida hasta
que te ruega que la dejes ir y creés que esta
será la última vez, a veces tenés la muerte,
a veces morís toda la tarde con tu té
y tu libro y tu lámpara y tu
silla demasiado rígida.
A veces la tenés, a la vida.
A veces, vida, tenés todo lo que
tengo, a veces no sabés cuando
parar, a veces te repetís.
Una vez me senté en un peñasco y localicé
la X de Nietzsche con un dedo menor de edad. Lo
combatí en el texto. Un puerco espín se me acercó
furtivamente. A veces
tenés la vida.
Stuart Krimko
lunes, 19 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario